jueves, 27 de febrero de 2014

A Gotzon no le gustaba nada ir a comprar ...

A Gotzon no le gustaba nada ir a comprar al supermercado con sus padres, se aburría mucho, mientras ellos se entusiasmaban llenando el carro sin parar.
Un día, paseando por el supermercado, vio un duendecillo que estaba en la estantería de los juguetes, se llamaba “Txikirritin”, y se hicieron muy amigos.
Txikirriitin empezó a contarle que viajaba con las etiquetas de los productos y aprendía muchas cosas, de los países que visitaba. Gotzon le escuchaba todo entusiasmado y le dijo al duendecillo:

 - Y...¿te puedo acompañar?
 - Claro!!!-respondió el duendecillo.

 Así que el duendecillo cogió un queso que ponía: “fabricado en Francia” y aparecieron en Disneyland Paris. Luego cogió otro producto que ponía “fabricado en Italia” y pasearon en góndola por las calles de Venecía. Y así de un país a otro, hasta que cogieron un paquete de café que ponía “fabricado en Kenia”. Viajaron a Kenia y Gotzon se quedó mudo cuando vio muchos niños recogiendo café con sus manitas heridas y las caras tristes.
 -¿Pero qué pasa aquí?, ¿por qué los niños trabajan? y ¿llevan esos sacos tan pesados? -dijo Gotzon entristecido.
El duendecillo le respondió:
 - Son niños que no pueden ir a la escuela, ni jugar, ni tienen juguetes, ni ropa, sus casas son muy pobres. Sólo tienen trabajo y más trabajo para ganar un dinerito con el que ayudar a sus familias. También ocurre en China, donde los niños trabajan en fábricas con mucho calor, donde no pueden ir al baño, sólo trabajar y trabajar, y en otros muchos países.
Gotzon miró al duendecillo con los ojos llenos de lágrimas, y dijo:
- ¡No quiero viajar más!
El duendecillo le contó que también había otros países, donde sólo había hombres trabajando y que los hijos iban a la escuela. Ese lugar (entre otros) era Haití donde recogían el café y le ponían una etiqueta que decía “Consumo justo” y que gracias a  esos productos los niños podían estudiar, tener juguetes, medicinas...
Gotzon se dio cuenta de cuánto tenía él que no servía para nada y que consumiendo de una manera justa, todos viviríamos mucho más felices.
Desde entonces siempre miraba junto a sus padres, las etiquetas, pero sobre todo las de
 “Consumo Justo”.



 Maria Teresa Sagarduy Olabarrieta

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